Hay un antes y un después en la historia del siglo XX: el 6
de agosto de 1945, la bomba nuclear Little Boy fue arrojada sobre Hiroshima.
Entre 70.000 y 80.000 personas, el 30% de la población de la ciudad, murió al
momento. Otras tantas resultaron heridas. Fue uno de los episodios finales de
la Segunda Guerra Mundial, pero también un evento que abrió las puertas a una
larga confrontación entre el bloque soviético y el americano que duraría
décadas.
La hipótesis de una guerra nuclear total ha planteado
diversas preguntas a lo largo de las últimas siete décadas. Por ejemplo, ¿qué
habría pasado si Josef Stalin hubiese obtenido tal potencial armamentístico
antes que EEUU? ¿Por qué no ocurrió? Un nuevo libro, 'Stalin and the
Scientists. A History of Triumph and Tragedy' (Atlantic Monthly Press), del
novelista y ensayista Simon Ings, aborda ese tema de forma tangencial pero
certera: si Stalin se quedó atrás en la carrera armamentística fue,
básicamente, por la desconfianza hacia sus físicos.
Como explica una reseña del libro publicada en 'The New York
Times', el dictador se vio en una paradójica situación. Debido a que había
conferido a sus investigadores una gran cantidad de recursos con el objetivo de
avanzar rápidamente en diversos campos (como la psicología, donde Lev Vygotski
o Ivan Pávlov estaban haciendo historia), el escrutinio al que pronto
estuvieron sometidos era aún mayor debido al acceso a información sensible.
Stalin creía a ciegas en el “charlatán” Trofim Lysenko, un
ingeniero antigenetista que proporcionaba soluciones milagrosas al problema de
la baja productividad agraria que condujo a la URSS a grandes hambrunas. Su
proceso, conocido precisamente como 'lysenkoísmo' y muy ideológico, descartaba
todas las ideas genéticas y se basaba en una mezcla de marxismo, darwinismo y
vernalización. Esta desconfianza se dejaría notar también en el desarrollo de
la bomba nuclear.
¿Quién cree a un espía?
La historia atómica de la URSS comienza como una nota a pie
de página a finales de los años 30, cuando científicos como Yákov Zeldóvich y
Yuli Jaritón publicaron sus primeros trabajos sobre fisión nuclear. No fue
hasta 1942 cuando Stalin decidió poner en marcha un programa nuclear a pequeña
escala dirigido por Igor Kurchátov, después de que los informes de inteligencia
avisasen de que tanto Alemania como Reino Unido o EEUU se estaban preparando
para obtener un arma atómica en el corto plazo.
Lo explica el historiador de la Universidad de Stanford
David Holloway en el libro definitivo sobre el tema, 'Stalin and the Bomb: the
Soviet Union and Atomic Energy, 1939-1956' (Yale University Press), publicado
en 1995. El autor, que tuvo acceso a documentos nunca vistos de la URSS,
recordaba que el recelo de Stalin a mostrar información importante a sus científicos
le dejó al margen de la carrera nuclear. Kurchátov no tuvo acceso a los
informes de inteligencia hasta marzo de 1943, después de la batalla de
Stalingrado.
Stalin pudo tener la bomba atómica al alcance de su mano, y
sin embargo, a causa de su paranoia, dejó pasar la oportunidad. Como recordaba
una reseña del libro publicada en 'The New York Times', “tenía material fiable
obtenido por los espías en el extranjero y físicos nucleares magníficos y muy
leales en su casa, pero no se fiaba ni de una cosa ni de la otra”. Tampoco era
de especial ayuda que el director de su policía secreta, Lavrenti Beria,
desconfiase de los científicos tanto como él. Algo semejante le había ocurrido
en 1941 cuando pasó por alto los informes de inteligencia que anunciaban la
Operación Barbarroja.
De igual manera, Stalin hizo caso omiso de los informes de
Klaus Fuchs, el físico alemán que trabajó en el Proyecto Manhattan y que llegó
a avisar de que EEUU estaba listo para utilizar la bomba atómica durante el
verano de 1945. Para Stalin y la KGB, no se trataba más que de un farol, un
gancho para que la URSS destinase un gran esfuerzo económico y científico a
perseguir una quimera armamentística. De ahí que Stalin viese con furia cómo
Estados Unidos bombardeaba Hiroshima y Nagasaki acabando con cientos de miles
de vidas al instante.
Agosto de 1945 es el momento en el que la bomba nuclear se
convierte en una prioridad para Stalin. Según Holloway, este escribió 'ipso
facto' a Kurchátov pidiéndole que se diese prisa: “Si un niño no llora, la
madre no sabe qué necesita. Pide lo que necesites. Nada te será negado”. Así lo
hizo, y según los cálculos del historiador a partir de un documento de la CIA
de 1950, el proyecto nuclear ruso pudo emplear a 10.000 técnicos especializados
y entre 330.000 y 460.000 operarios.
Un sprint de cuatro años
Que en 1949 la URSS testease su primera bomba atómica es un
buen signo de que, de haber sido Stalin un poco más previsor, la Segunda Guerra
Mundial podría haber terminado de forma muy diferente. Al fin y al cabo, los
rusos ya habían demostrado su capacidad para la innovación tecnológica
armamentística, tanto a la hora de copiar misiles y aviones extranjeros (el V2
o el B-29) como a la hora de desarrollar sus propios proyectos (el tanque
T-34).
El proyecto atómico a partir de 1945 se reinició con otro
objetivo, marcado una vez más por la influencia extranjera: la bomba tendría
que ser de plutonio, como la Fat Man que fue arrojada sobre Nagasaki, y no de
uranio, como era el plan ruso hasta la fecha. Kurchátov volvió a encontrarse
con la estrechez de miras de Beria en marzo de 1949 cuando, animado una vez más
por el charlatán Lysenko, le preguntó si la mecánica cuántica y la teoría de la
relatividad eran idealistas y antimaterialistas y, por lo tanto, antisoviéticas.
La respuesta fue clara: si las autoridades consideraban que
era así y que la física cuántica no era de fiar, debían detener al instante la
investigación sobre la bomba atómica y olvidarse de disponer jamás de un arma
semejante. Stalin prefirió lo segundo y, según explica Holloway en su libro,
espetó lo siguiente: “Dejémosles en paz. Siempre podremos fusilarlos después”.
Una pragmática decisión que no tendría que poner en práctica. Kurchátov murió
por causas naturales en 1960, eso sí, arrastrando las secuelas de los gases
radiactivos liberados en el accidente de Chelyabinsk-40.
El 22 de agosto de 1949, Stalin por fin obtuvo lo que
anhelaba cuando se detonó con éxito la RDS-1, una réplica exacta de Fat Man, en
el sitio de pruebas de Semipalatinsk. Los investigadores del programa
obtendrían una de las mayores condecoraciones de la antigua URSS: la medalla al
Héroe del Trabajo Socialista. El mastodóntico proyecto, en el que no se
escatimaron costes, terminó entregando sus frutos, y de paso, dando el
pistoletazo de salida a un nuevo equilibrio de poderes en el cual los dos
grandes bloques políticos disponían de la capacidad de infligir un gran daño al
adversario en cuestión de segundos.
El siguiente paso sería mucho más espinoso: se trataba de la
bomba de hidrógeno o termonuclear, obtenida de la energía desprendida al
fusionarse dos núcleos atómicos, mucho más devastadora que las de uranio y
plutonio. Esta había sido ya encargada por Truman, y físicos rusos liderados
por Yákov Zeldóvich se habían puesto manos a la obra de manera paralela al otro
lado del planeta. Stalin murió el 5 de marzo de 1953, pero el programa nuclear
le sobrevivió y ese mismo verano la URSS explotó una bomba de hidrógeno
modificada basada en la compresión hidrodinámica.
El año siguiente, los estadounidenses detonaron con éxito en
la operación Castle Bravo una bomba de 15 megatones, una de las que más
secuelas dejó en la fauna, flora y población de las regiones cercanas. En 1955,
la bomba RDS-37 producto de la conocida como 'tercera idea de Sájarov' arrasó
Semipalátinsk con una potencia de 16 megatones. La guerra acababa de empezar.
Ufff que interesante informacion. Como la confianza (en este caso desconfianza)que tenemos hacia los seres cercanos puede cambiar toda una historia. Saludos hermano espero verte pronto.
ResponderEliminarSebastian Contreras