El 16 de agosto de 1977, la muerte de Elvis Presley, de 42
años, estremeció el mundo. Miles de seguidores se agolparon en su mansión
Graceland, en Memphis (EE UU), mientras las líneas telefónicas se colapsaban en
la ciudad y las floristerías se quedaban sin género. Muchas emisoras del
planeta dedicaron los siguientes días a pinchar nada más que su música. Aunque
en cierto modo esperada, era como si nadie diera crédito a la desaparición de
esta suerte de hijo predilecto a quien habían visto convertirse en la primera
estrella del rock and roll (y uno de los mayores personajes del siglo XX) y
desmoronarse. El New York Times tituló lacónicamente “Muere Elvis Presley: el
cantante de rock tenía 42 años”. “Ha muerto Elvis Presley”, tituló EL PAÍS.
Los últimos cuatro años en la vida de Elvis -más o menos
desde que su divorcio de Priscilla se hizo efectivo, en octubre de 1973- habían
sido una constante caída libre. Estaba descontrolado, perdido en su propia
burbuja. Como describe con detalle Peter Guralnick en Elvis Presley: la
destrucción del hombre (el segundo de los volúmenes de su biografía, editada en
1999 y en España en 2008), cuando no se encontraba inmerso en una de sus
constantes giras o derrochando dinero en joyas y coches para sus amigos, se
quedaba encerrado en su habitación, durmiendo o leyendo libros de numerología y
espiritualidad. Vivía rodeado de un séquito de familiares, colegas,
guardaespaldas y asistentes -muchos de los cuales formaban parte de la conocida
como Memphis Mafia-, entre los que había celos y rencillas por acaparar sus
atenciones y regalos.
Las ventas de sus discos habían descendido alarmantemente.
Cuando su implacable mánager, el Coronel Tom Parker, conseguía meterlo en un
estudio, era fácil que al cabo de uno o dos días diera la espantada. Prefería
alardear de sus conocimientos de kárate. Para cumplir sus obligaciones con su
discográfica, RCA, en 1974 llegó a publicarse un incongruente disco con
fragmentos de las charlas que soltaba en los conciertos (Having fun with Elvis
on stage).
Parker lo sacaba de gira incesantemente, y varias veces al
año recalaba en el hotel Hilton de Las Vegas para actuar durante 10 o 15 días
en dos pases diarios. Las millonarias deudas de juego del coronel en el casino
de dicho hotel se contaban entre las razones. A Elvis también empezaba a
faltarle liquidez: había tenido que hipotecar Graceland. Los conciertos eran
cada vez más penosos. Las críticas, feroces, se debatían entre la pena y la
rabia. Escribían que estaba gordo, adormilado, ido, que no vocalizaba, que
tartamudeaba, que olvidaba las letras de las canciones o simplemente las
cambiaba de modo grotesco. Se comportaba erráticamente: lo mismo hacía una
exhibición de kárate en mitad del show que iniciaba una guerra de pistolas de
agua con sus coristas.
Efectivamente, tenía sobrepeso. Era solo uno de sus problemas
de salud. En los últimos tiempos habían empeorado sus problemas intestinales y
su hipertensión y padecía principio de glaucoma. Le habían detectado el hígado
graso. Solo por mencionar algunos de sus males físicos. Sus altibajos
emocionales eran desconcertantes. Para combatirlos, y para poder conciliar el
sueño, tomaba cantidades ingentes de sedantes, analgésicos y estimulantes. Su
biógrafo Guralnick sugiere que esos cócteles habían inflamado su intestino y,
por tanto, agravaban su estreñimiento crónico. Había sido hospitalizado en varias
ocasiones por sobredosis.
Tres cosas preocupaban especialmente a Elvis en los días
anteriores a su muerte. Elvis, what happened? (Elvis, ¿qué pasó?), un libro
escrito por dos exguardaespaldas, se había publicado hacía solo unas semanas y
aireaba crudamente sus miserias. Tras su separación de Priscilla, había
encadenado (y solapado) varias novias. Aunque le había
regalado un anillo de compromiso, su última conquista, Ginger Alden, de 20
años, no terminaba de implicarse. Era reticente a salir de gira con él. Por
otra parte, el mismo día 16 Presley debía iniciar un nuevo tour, el sexto de
ese año.
El 15 de agosto, siguiendo el relato en el que coinciden las
biografías, Elvis se levantó de la cama a las cuatro de la tarde. En la casa
estaba su hija Lisa Marie, de 9 años, que había llegado el 31 de julio para
pasar dos semanas. A las 11 de la noche, Ginger y algunos de “los chicos”
acompañaron a Elvis a una cita con el dentista, el doctor Lester Hofman.
Presley funcionaba con los horarios vueltos del revés. Hofman le realizó una
limpieza bucal (también a Ginger) y le empastó un par de pequeñas caries. La
comitiva regresó a Graceland pasada la medianoche.
Ya en su dormitorio, hizo un intento más por convencer a
Ginger de que se sumara a la gira que debía comenzar al día siguiente, pero
ella se negó. A las dos, telefoneó a su médico de confianza, el doctor George
Nichopoulos (o doctor Nick, como Elvis lo llamaba), quejándose de que uno de
los empastes le dolía. Raudo, el doctor Nick le hizo varias recetas, que uno de
los chicos recogió.
A las cuatro de la madrugada levantó a dos de sus amigos de
la cama (algunos vivían en caravanas en la finca) porque quería jugar al
frontón, a pesar de que lloviznaba. Luego tocó un poco el piano en la sala de
relax, y poco después llegó el recadero con tres bolsas de medicamentos: un
amplio surtido de depresivos y placebos que normalmente permitían a Elvis
dormir varias horas seguidas. Le entregaron los paquetes a intervalos, y cuando
le dieron el último, a primera hora de la mañana, seguía despierto.
A las ocho, se levantó de la cama. “Me voy al baño a leer”,
dijo a Ginger. En las memorias que esta publicó en 2014 (Elvis and Ginger),
precisa que ella respondió: “Ok, pero no te quedes dormido”.
Hacia las dos de la tarde, Ginger se despertó e hizo una llamada rutinaria a su madre (que parecía más interesada en emparentarse con Elvis que ella misma). Cuando su madre le preguntó por Elvis, Ginger se dio cuenta de que él debía de seguir en el cuarto de baño, lo que no era normal porque habían transcurrido horas desde que se levantase. Preocupada, entró, y se encontró a Elvis “tumbado en el suelo. En Graceland se desató la locura.
El guardaespaldas Al Strada fue el primero que acudió a la
llamada de auxilio de Ginger. Intentó reanimarlo sin éxito. Cuando llegaron los
enfermeros había siete u ocho personas histéricas rodeando el cuerpo. Vernon,
el padre de Elvis, y Lisa Marie, la única hija del Rey, lloraban amargamente
por las esquinas. A preguntas de los sanitarios, Strada dio por sentado que
Elvis “había sufrido una sobredosis”.
Tras un tumultuoso traslado en ambulancia al hospital Memorial Baptista (con, entre otros, el doctor Nick a bordo, que presa del pánico había estrellado su Mercedes en la verja de la mansión), los médicos de urgencias certificaron el fallecimiento. Sobre las causas de la muerte de Elvis mucho se ha especulado, entre otras razones porque ya desde ese mismo 16 de agosto las informaciones fueron difusas y contradictorias. Para complicar las cosas, los amigos de Elvis, que desde hacía tiempo tenían un plan para llevarlo a casa de forma clandestina si sufría una sobredosis fatal estando de gira, pensaron que, dadas las circunstancias, lo mejor era limpiar a conciencia el dormitorio y el baño. Cuando llegó el investigador médico parecía que allí no había pasado nada.
Maurice Elliott, vicepresidente del hospital, fue el
improbable encargado de dar la noticia a la prensa. 15 personas, entre
patólogos, forenses, el doctor Nick, policías y guardias de seguridad del
centro, estuvieron presentes durante la autopsia, que duró horas. No se halló
evidencia de que el corazón hubiera fallado. A las 3:30 de la mañana, cuando
aún no se había concluido, Jerry Francisco, examinador médico del condado,
anunció que la muerte se había debido a un fallo del corazón a causa de una
arritmia cardiaca. Según los autores Thomson y Cole, el jefe de patología del
hospital, Eric Muirhead, se mostró abochornado por la explicación.
El informe forense, recogido por Gurelnick, encontró que,
pese a que el corazón no había fallado, lo tenía dilatado, había una cantidad
significativa de ateroesclerosis coronaria, el hígado estaba dañado y el
intestino grueso presentaba una obturación por materia fecal; era probable que
hubiera muerto mientras hacía fuerza en el retrete y no se descartó un shock
anafiláctico debido a la codeína suministrada por el dentista, a la cual
Presley tenía una leve alergia. El informe del laboratorio encontró 14
medicamentos distintos en el cuerpo de Elvis, 10 de ellos en cantidades
importantes. En octubre se reabrió el informe y el doctor Francisco insistió en
la teoría del fallo cardiaco por hipertensión, asegurando que ninguna de las
drogas había contribuido. En cambio, especialistas consultados entonces por el
Commercial Appeal, un periódico de Memphis, consideraban que el supuesto
infarto no habría matado por si solo a Elvis.
El doctor Nick fue investigado por un tribunal médico en
1979 por sospechas de sobreprescripción, y se descubrió que solo a lo largo de
1977 había recetado 10.000 dosis de medicamentos a nombre de Elvis Presley. En
su defensa, Nichopoulos alegó que las drogas eran para Elvis y todo su clan. Se
le retiró la licencia tres meses. En 1995, perdió la licencia de por vida tras
una investigación más minuciosa.
En 1994 se reabrió el caso de la autopsia de Elvis. “No hay
nada que apunte a una muerte por drogas”, concluyó. “En realidad, todo apunta a
un repentino y violento ataque al corazón”. En 2010, el doctor Nick echó más
leña al fuego, declarando que, aunque en su momento no lo supo ver, la causa de
la muerte habría sido el estreñimiento crónico, lo que explicaría también su
vientre hinchado en sus últimos años.
Dimes, diretes, controversias y teorías conspiratorias (no
olvidemos que algunos aseguran que sigue vivo) que no han terminado de
resolverse años después, pero que de ningún modo han atenuado la grandeza de
Elvis, el rey eterno del rock and roll.