El Imperio ruso no tardó en entrar en
la Primera Guerra Mundial y salió dividido por una guerra civil y
con el zar ejecutado. Nicolás II ya había soportado una revolución en
1905 por la debacle en la guerra ruso-japonesa, pero las derrotas que acumulaba
para 1917 en el frente oriental terminaron de condenar al régimen. El pueblo
quería derrocarle, y para ello se sublevó en febrero de 1917, comenzando así
la Revolución rusa. Cuando los manifestantes tomaron la Duma, Nicolás II
se vio obligado a abdicar y se formó un Gobierno provisional compuesto
por diputados liberales, con apoyo inicial de los socialistas moderados.
Esa coexistencia duró lo que el bolchevique Vladímir
Lenin tardó en regresar a Rusia de su exilio en Suiza. Al volver, este
socialista radical publicó sus Tesis de abril, un texto en el que
defendía el traspaso de poder a los obreros y condenaba la participación rusa
en la Gran Guerra. Cuando la Revolución de Octubre de 1917 derrocó al
Gobierno provisional y alzó a Lenin al poder, una de sus primeras medidas fue
negociar un tratado de paz con las Potencias Centrales: el Imperio alemán, el
austro-húngaro, el otomano y el Reino de Bulgaria.
El tratado de Brest-Litovsk o la presión de
negociar la paz
Las conversaciones para pacificar el frente
oriental de la Primera Guerra Mundial comenzaron en diciembre de 1917.
Rusia envió al entonces comisario del pueblo para Asuntos Exteriores, León
Trotski, y al diplomático y revolucionario Adolph Joffe. La delegación
alemana estaba encabezada por el secretario de Estado de Exteriores, Richard
von Kühlmann, y el general Max Hoffmann, quien quería firmar la paz para
acercar sus tropas al frente occidental antes de que llegara el
ejército estadounidense. Los rusos, en cambio, estaban dispuestos a seguir
luchando para no ceder Polonia oriental, Lituania y Ucrania, como exigían los
alemanes, así que las negociaciones se estancaron hasta principios de 1918.
Para entonces, Rusia empezaba a sufrir una guerra
civil entre bolcheviques y contrarrevolucionarios zaristas. Además, las
tropas alemanas avanzaban hacia la capital, Petrogrado (hoy San
Petersburgo), por lo que Lenin se vio obligado a reanudar las conversaciones de
paz en febrero y aceptar las demandas germanas. Rusia y las Potencias Centrales
firmaron entonces el tratado de Brest-Litovsk, en la actual Bielorrusia,
el 3 de marzo de 1918. Polonia, Lituania y Bielorrusia fueron cedidas al
Imperio alemán, y Rusia reconoció la independencia de Ucrania, Estonia, Letonia
y Finlandia. Rusia, además, tuvo que desarmar sus buques de guerra en el mar
Negro, desmilitarizar las islas Ǎland en el Báltico y comprometerse a
pagar seis millones de marcos en indemnizaciones de guerra.
A la conquista de los territorios perdidos
Aunque el tratado de Brest-Litovsk puso fin a la
participación rusa en la Gran Guerra y permitió a los bolcheviques consolidarse
en el poder, también supuso una derrota para el país. Rusia perdió dos
millones y medio de kilómetros cuadrados, unos 55 millones de habitantes —entre
un tercio y la mitad de su población— y buena parte de las reservas de carbón,
petróleo y hierro que poseía en tiempos imperiales. Lenin, por su parte, definió el
acuerdo de paz como un “abismo de derrota, desmembramiento, esclavitud y
humillación”.
El tratado, sin embargo, quedó anulado cuando
Alemania perdió la guerra ocho meses después, pero los territorios
que el Gobierno bolchevique había cedido a principios de 1918 se mantuvieron
independientes. Rusia se lanzó entonces a recuperar sus antiguos dominios:
entre 1919 y 1920 ocupó Ucrania y Bielorrusia y, constituidas en la Unión
Soviética desde 1922, invadió el este de Polonia, los Estados bálticos y
parte de Finlandia al estallar la Segunda Guerra Mundial en 1939.
No fue hasta la disolución de la URSS en
1991 cuando Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia y Ucrania reclamaron su
independencia con base en lo acordado en Brest-Litovsk. Sin embargo, el Kremlin
todavía denuncia el tratado y ha invadido Ucrania para
recuperar parte del antiguo territorio soviético y del otrora Imperio ruso.
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