lunes, 30 de abril de 2012

EL FINAL DE HITLER




En la mañana del 30 abril de 1945, cuando los rusos ya estaban a metros del bunker en la cancillería, Hitler llamó a Bormann y después a Otto Gunsche, su ayudante personal. Les dijo que su esposa y él se suicidarían aquella tarde y les ordenó la ingrata tarea de rematarlos en caso de que aún estuvieran con vida. Pidió expresamente que los cuerpos fueran quemados para evitar que su cadáver fuera sometido al escarnio público en Londres o New York."No quiero terminar en un museo de cera", repetía en sus últimos días acaso afectado por el triste final de Mussolini.

Poco después del mediodía Hitler y Eva Braun se suicidaron con una cápsula de cianuro. Al parecer Hitler tuvo el tiempo suficiente para pegarse un tiro en la sien con su pesada Walther de 7.65 milímetros. Luego su ayudante llevó los cuerpos hasta el jardín de la cancillería, los rocío con gasolina y les prendió fuego. Hasta aquí la versión mas aceptada de la muerte de Hitler y de Eva Braun.

No fueron pocos, sin embargo, quienes manejaron la hipótesis de una supuesta fuga de Hitler hacia Sudamérica y , entre ellos, estaba la autorizada voz de Stalin. El dictador soviético murió convencido de que Hitler se había escapado a Sudamérica de la misma forma en que lo habían hecho muchos otros jerarcas nazis. El cadáver que encontraron los rusos al llegar a la cancillería y que en muchos libros aparece como el cadáver de Hitler, era en realidad el cuerpo de un doble que distaba mucho de parecerse a Hitler. Entre otras cosas, se comprobó que medía 10 centímetros menos que Hitler, sus orejas no guardaban relación e incluso los detalles de su vestimenta habían sido trascurados. El cadáver tenía medias rotas y gastadas, unos pantalones anchos y viejos que nada tenían que ver con la pulcra vestimenta de Hitler. Lo más curioso es que distaba mucho de ser un cadáver inicinerado pues su cara era fácilmente reconocible y resulta impensable que el eficiente ayudante de Hitler pudiera descuidar semejante detalle. Los rusos, por supuesto, no se tragaron el señuelo pero le dijeron al mundo que ese era el cadáver de Hitler. En base a esta evidencia irrefutable, Stalin alimentó sus serias dudas acerca de la muerte de Hitler y murió convencido de la fuga de su colega alemán. Lo que no tuvieron en cuenta Stalin ni los partidarios de una supuesta fuga, es la mentalidad de un hombre como Hitler.Era tal el grado de identificación que Hitler tenía con su patria que difícilmente hubiese podido sobrevivir un día a la catástrofe de su amada Alemania. Hitler había sido un hombre de acción toda su vida y no hubiera soportado una vida plácida en el exilio. A esto hay que sumarle su pésimo estado de salud. A sus 56 años Hitler aparentaba ser un hombre de más de setenta, arrastraba los pies al caminar y por el Parkinson sufría temblores en ambas manos. Sus últimas fotografías lo muestran con el rostro sumido, los párpados hinchados y un pelo encanecido y ralo. En 1944 su médico personal envió unas radiografías de Hitler a un centro cardiológico de Berlín bajo un falso nombre para no influenciar el dictamen de los médicos. El resultado no podía ser más desalentador ; los facultativos le otorgaban al paciente una sobrevida de dos años. El cóctel de medicamentos al que era sometido junto a la tensión propia que le generaba la guerra fueron minando su físico con una rapidez devastadora. Hitler en sus últimas fotografías, viejo y encorvado parece otra persona en relación a lo que era apenas cinco años antes. Su capacidad mental, en cambio, parece haberse mantenido intacta a juzgar por el testimonio de sus más íntimos colaboradores y secretarias.

De todas maneras, queda claro que si Hitler hubiese querido escapar podía haberlo hecho sin mayores dificultades. Cientos de oficiales y jerarcas alemanes lograron escapar a distintos puntos del planeta, incluso después de la rendición alemana. De hecho, esta alternativa le fue propuesta a Hitler con insistencia por parte de sus más íntimos colaboradores. Pero Hitler hasta el último día creyó que la guerra podía ganarla con sus misteriosas armas secretas (acaso la bomba atómica) y apostó quedarse en Berlín hasta el final. Las pruebas que confirman que Hitler cumplió su promesa son abrumadoras. De todas formas, Hitler quería morir de otra manera, combatiendo en el frente de batalla, como en sus viejas épocas de soldado. Su pésimo estado de salud con un Parkinson que le impedía escribir y la acertada observación de Goebbels, en el sentido de que podía caer vivo en manos de los aliados, lo hicieron cambiar de idea. El suicidio y luego la incineración de su cadáver alimentaría el mito de su condición extraterrenal. El hombre que creyó toda su vida haber servido los designios de la Divina Providencia, desaparecería de la tierra bajo el mismo manto de misterio que envuelve la muerte de Jesucristo. La proverbial genialidad propagandísitica de Goebbels se manifestaba por última vez .

No hay comentarios:

Publicar un comentario