jueves, 17 de enero de 2013

Quiero ser bonito


Nada les ha hecho más daño al amor y al deseo que el photoshop. Gracias a él vivimos en un mundo que idolatra personas hechas pieza por pieza.


La piel que pierde pigmentación y vellosidades para convertirse en eso que Federico Moura llamó superficies de placer; o los labios, o las caderas redondeados gracias al capricho de la grafica, son otras tantas posibles decepciones cuando nos enfrentamos a la naturaleza, o a dios, que tiene mucho más imaginación, más enrevesada y más sencilla a la vez, que todos los diseñadores gráficos juntos.

En una hora o menos el programa de computación hace lo que nuestra memoria y nuestro deseo se demoran años en lograr: transformar una mujer real, de carne y hueso, en un sueño colectivo. Todo puede ser perfecto en las dos dimensiones de la foto, pero vivimos en cuatro dimensiones. La cuarta dimensión, la del tiempo, es la que el photoshop quiere borrar a toda cosa. Las arrugas, las bolsas bajo los ojos, pero también el tiempo que nos demoramos en descubrir detrás de una cara llena de fallas una belleza secreta, un aura que ninguna imagen puede sintetizar completamente, que ningún programa de computación puede arreglar. El photoshop, en su vano intento por perfeccionar la naturaleza, no nos deja entender justamente lo perfecta que es.

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