Con más de 42.000 guetos y campos de concentración desparramados por Europa, todo el mundo tenía que saber lo que estaba ocurriendo.
La última revelación sobre el Holocausto sorprende incluso a
los eruditos que creían saber todo sobre los horrendos detalles del programa
genocida alemán en contra del pueblo judío.
Tomó más de 70 años conocer finalmente todos los hechos. Y
lo que es casi inverosímil, es que lo que realmente pasó va mucho más allá de
lo que cualquiera hubiera imaginado.
Casi siempre hemos hablado sobre la tragedia de 6 millones
de judíos. Ese era un número que representaba la aproximación más cercana a la
que podríamos acceder de las víctimas del plan de Hitler para una Solución
Final. Quienes quisieron disminuir la tragedia afirmaron que 6 millones era una
exageración grosera; otros llegaron a negar la historia misma del Holocausto,
afirmando absurdamente que los judíos fabricaron su exterminio para obtener
apoyo para la causa sionista.
Pero ahora sabemos la verdad.
Más allá de lo que hayamos imaginado, en realidad fue mucho
peor.
No fueron tan sólo los inmensos centros de exterminio cuyos
nombres - Auschwitz, Bergen-Belsen, Buchenwald, Dachau, Majdanek, Belzec,
Ravensbruck, Sobibar, Treblinka – traen a la mente espantosas imágenes que ya
nos son muy familiares. No fue sólo el gueto de Varsovia. No fueron sólo los
sitios famosos sobre los que ya todos hemos escuchado, que merecidamente
continuarán existiendo en una eterna infamia.
Los investigadores en el Museo Memorial del Holocausto en
los Estados Unidos acaban de revelar información que sorprende incluso a los
más informados eruditos, quienes están inmersos en las hasta ahora conocidas
estadísticas de las atrocidades alemanas. Estas son algunas de las cosas que
ahora han sido concluyentemente descubiertas:
Hubo más de 42.500 guetos y campos nazis en toda Europa
entre 1933 y 1945.
Hubo más de 30.000 campos de trabajos forzados, 1.150 guetos
judíos, 980 campos de concentración, 1.000 campos de prisioneros de guerra, 500
burdeles llenos de esclavas sexuales y miles de otros campos utilizados para
eliminar a los ancianos y débiles, para realizar abortos forzados y para
"alemanizar" prisioneros o transportar víctimas a los centros de
matanza.
La mejor estimación utilizando la información disponible es
que entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron encarceladas en sitios
controlados por los alemanes a lo largo de toda Europa.
Simplificando, en las palabras de Hartmut Berghoff, director
del Instituto Histórico Alemán de Washington, "Los números son mucho más
altos de lo que pensamos inicialmente; ya sabíamos lo horrible que era la vida
en los campos y los guetos, pero los números reales son inverosímiles".
Y lo que hace que esta revelación sea tan importante es que
nos fuerza a reconocer una verdad crucial sobre el Holocausto, que mucha gente
ha tratado de ignorar o minimizar – una verdad que tiene una profunda
importancia hoy en día: El abominable crimen del siglo 20, más que el triunfo
del mal, fue el pecado de los "inocentes" espectadores.
Por años, nuestros esfuerzos para entender el Holocausto se
centraron en los perpetradores. Buscábamos explicaciones para la locura de
Menguele, el obsesivo odio de Hitler, la impasible crueldad de Eichmann.
Buscábamos respuestas para explicar cómo los criminales, los sádicos y los
locos obtuvieron el tipo de poder que hizo que el asesinato en masa fuera
posible.
Eso fue porque no teníamos idea de la magnitud real del
horror. Con más de 42.000 guetos y campos de concentración desparramados por
todo el ancho y largo de un continente supuestamente civilizado, ya no hay
manera de evitar la conclusión obvia: Los cultos, los educados, los ilustres,
los liberales, los refinados, los sofisticados, los urbanos – todos ellos
compartieron la culpa de un mundo que perdió su brújula moral y aceptó voluntariamente
la victoria del mal.
La frase "no sabíamos lo que estaba ocurriendo"
necesita ser claramente identificada como "la gran mentira" de los
años del poder Nazi. La cruda verdad es que casi todo el mundo debió saber; los
números niegan la posibilidad de la ignorancia colectiva. Y con todo, los
asesinatos no acabaron, las torturas no cesaron, los campos de concentración no
cerraron, la crematoria continuó su barbárica tarea.
La gente "decente" pudo, de alguna manera,
racionalizar su silencio.
Recién el año pasado Mary Fulbrook, una distinguida erudita
en historia alemana, en su libro “A Small Town Near Auschwitz” (Un pequeño
pueblo cerca de Auschwitz), escribió un detallado y doloroso análisis de
aquellos alemanes que, después de la guerra, lograron presentarse como
inocentes espectadores.
"Estas personas escaparon casi por completo de la red
de 'perpetradores, víctimas y espectadores', sin embargo fueron funcionalmente
cruciales para la eventual posibilidad de implementar políticas de asesinato en
masa. Puede que no hayan pretendido o deseado contribuir con este resultado,
pero sin sus actitudes, mentalidades y acciones, hubiese sido prácticamente
imposible que un crimen de esta envergadura se llevara a cabo de la forma en
que lo hizo. Los conceptos de perpetrador y espectador necesitan ser
modificados, expandidos, expresados con más complejidad, a medida que nuestra
atención y foco se vuelca hacia quienes estuvieron involucrados en respaldar un
sistema asesino".
Mary Fulbrook condena a quienes vivieron cerca de Auschwitz.
Pero eso fue antes de enterarnos que Auschwitz estaba replicado muchas miles de
veces en todo el continente, a tal punto que de ninguna manera pudieron pasar
inadvertidos por la mayor parte de la población. Millones de personas fueron
testigos de pequeñas ciudades como Auschwitz en sus propios patios traseros.
Y, por supuesto, Elie Wiesel tenía razón. La idea que
necesita ser entendida más poderosamente cuando reflexionamos sobre el mensaje
del Holocausto debe ser que: "El opuesto del amor no es el odio, sino la
indiferencia. El opuesto del arte no es la fealdad, sino la indiferencia. El
opuesto de la fe no es la herejía, sino la indiferencia. Y el opuesto de la
vida no es la muerte, sino la indiferencia".
Ese continúa siendo nuestro más grande desafío hoy en día;
si queremos atrevernos a soñar con la supervivencia de la civilización, más
vale que recemos para que los pesimistas estén equivocados cuando afirman que
lo único que aprendemos de la historia es que la humanidad nunca aprende de la
historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario