"Aullagas, ciudad de piedra de magnifica historia, fue uno de los asentamientos españoles más antiguos de Bolivia y el más importante de todos, es la ciudad abandonada más alta del mundo, llego a tener 20.000 habitantes, tierra de exuberantes riquezas y minas de plata, lugar donde los españoles bailaban la danza del "ball des diables" y donde se hizo carne el hijo de lucifer por ende el lugar de nacimiento de la diablada y el tinkuy, la máscara de diablo más antigua de Bolivia se encontró en las ruinas de la ciudad y data de 1600, tierra donde se fundó el banco de San Carlos en 1770 el banco más antiguo de Bolivia"
"Por estos cerros anda suelto el hijo del Diablo. Lo
llaman “el niño Jorgito” y desde la Colonia ha sido el autor de múltiples
leyendas que no cesan hasta el día de hoy. Así lo aseguran los habitantes del
municipio de Colquechaca, ubicado en el norte de Potosí. Los dominios de este
revoltoso personaje se encuentra en los alrededores de las ruinas de Aullagas,
uno de los primeros asentamientos mineros que se instalaron en Alto Perú y, en
su época, el más importante de la región. No es casual, entonces, encontrar en
los arcos de piedra que adornan los ingresos a las minas coloniales figuras que
emulan el rostro de satanás. Todos labrados en granito. La más famosa es la que
se muestra en la entrada de la voya La Venganza, donde el hijo de Leviatán
—asegura la tradición oral— se escondió tras ser descubierto por los
pobladores.
Jankonaza y Aullagas fueron desde la época precolombina
centros tradicionales de extracción argentífera. En el siglo XV, el inca Túpac
Yupanqui invadió con sus huestes el área —habitada por runas y yanaconas—
debido a la gran riqueza mineral. En 1535, el conquistador Diego de Almagro
descubrió las minas del lugar en su paso hacia Chile. Y tres años después, los
españoles comenzaron a poblar la región. En Jankonaza, sobre las edificaciones
incas, se instaló el cuartel del ejército real. Fue allí donde estuvo preso el
líder indígena Tomás Katari, una vez que el levantamiento que comandó fue
derrotado.
El descubrimiento de nuevas vetas provocó el abandono total
de Jankonaza por parte de los españoles y el fortalecimiento de Aullagas, a
unos 10 minutos del primer asentamiento. Desde entonces, las ruinas de
Jankonaza han venido siendo destruidas paulatinamente por la acción de
cazadores de tesoros, que buscan tapados entre los restos de viviendas.
Las minas de Aullagas no fueron menos importantes que Potosí
o Porco. La plata de esta zona ganó rápidamente fama debido a su pureza, por lo
que se denominaba rosicler. El año 1576, las voyas de la zona fueron declaradas
como patrimonio del Rey de España. Muchos mineros, azogueros, caballeros y
hacendados asentados en estas minas hicieron grandes inversiones y, asimismo,
grandes fortunas.
Hasta 20.000 habitantes llegó a tener Aullagas, “pueblo de
la provincia y corregimiento de Chayanta”, como se lee en el diccionario
geográfico del Consejo de Indias. En esta población se centralizó la actividad
pública de la Colonia de toda la región. Joachin Alos, corregidor provincial,
inauguró en 1770, en la plaza, el primer Banco de Rescate de Minerales
denominado Banco de San Carlos.
Fue tal la importancia de Aullagas, que las autoridades
coloniales decidieron que la zona contara con su propia moneda de transacción,
el Pisu, que se acuñaba con la plata que era extraída de las vetas del área.
“En las posadas, con pequeños pero bien provistos bares, se oían grandes voces
y risas hasta el amanecer. Había ágrias disputas en las mesas donde se jugaba
‘la pinta’, juego español de dados. Audaces árabes y eslavos agresivos
dominaban la escena entonces”, describió el británico Charles Geddes en el
libro Patiño, rey del estaño.
La bonanza de Aullagas se extendió hasta finales del siglo
XVIII y comenzó su declive durante la República. A pesar de ello, grandes
figuras en la historia del país impulsaron proyectos. Uno de ellos fue
Francisco Argandoña, príncipe de la Glorieta, quien instaló en Aullagas una
sucursal del banco de su propiedad.
Poco a poco, sin embargo, el pueblo comenzó a desfallecer.
Sus habitantes decidieron fundar un nuevo asentamiento a unos 15 minutos del
lugar, llamaron Colquechaca (puente de plata) a su nuevo hogar, ciudad que
todavía se mantiene gracias a la explotación de las minas precolombinas y coloniales
que están desperdigadas en la región. En Colquechaca se instalaron las empresas
de personalidades como Simón I. Patiño, Aniceto Arce, Gregorio Pacheco e
Hilarión Daza. La estocada final para Aullagas se dio en 1970, con el incendio
de la iglesia de San Miguel. Hasta entonces, todavía se podía encontrar a
personas habitando alguna de las casas de piedra que siglos antes habían sido
levantadas por los españoles. Unos feligreses que habían ingresado al templo a
orar al Señor de Burgos iniciaron el fuego accidentalmente con sus velas. Hoy,
todo es silencio en Aullagas. Sólo los vestigios de piedra dan pistas de la
importancia que tuvo en su momento. “En la plaza de Aullagas, durante la
Colonia, se originaron dos de las danzas más importantes del país, el tinku y
la diablada. Los habitantes de los ayllus Macha y Pocoata se enfrentaban allí
una vez al año, impulsados por los conquistadores. Se convirtió, luego, en su
rito más importante. La diablada se bailaba con instrumentos nativos. En 1904
apareció en el Carnaval de Oruro, pero ya en 1600 se danzaba en Aullagas”,
asegura René Quintana. Según este investigador colquechaqueño, la mayoría de
los ibéricos que llegaron al norte de Potosí provenían de Tarrogona, donde se
practicaba la tradicional danza ball des diables (baile de diablos, en
catalán). Para corroborar su afirmación, Quintana muestra una máscara de yeso
con la figura del diablo, que asegura fue datada por investigadores de la
Universidad Tomás Frías. “Con carbono 14 apuntaron a que es de 1600”, apunta.
“Los indígenas imitaban y se hacían la burla de los soldados
españoles con sus trajes de diablos y de tinkus. Siglos después, han sido los
pobladores de Colquechaca que han llevado la danza de la diablada hasta la
fiesta de Uncía, y de allí ha llegado hasta Oruro. Antes, al son de cajas se
bailaba. El diablo como mono debía saltar; no era como ahora”, señala Ceferino
Chile, una de las autoridades originarias.
Chile es un ferviente creyente de la existencia del “niño
Jorgito” y conocedor de la historia que dio vida al mito. “El auge de la plata
ha traído gente de diferentes lugares. Entre ellos, una solterona cochabambina
que se dedicaba al comercio. Una noche fría, un visitante ha golpeado su
puerta. Con su mechero de grasa ella le alumbró el rostro y el forastero le
dijo que sufría de frío y que por favor lo alojara. Una copita de vino moscatel
le ha ofrecido. Tan educado era, que ella terminó haciéndole pasar. Ha dormido
en una patilla de adobe. Al día siguiente, no había el caballero. A los meses nomás
ha aparecido la chola embarazada.
‘¡Cómo, si con ningún hombre he estado!’, decía. Nació el
pequeño Jorgito. Unos cuernitos le había salido y su madre, los ocultaba con
ch’ullito. Pero los otros niños le han sacado y se han asustado. La gente le ha
empezado a criticar y él le confesó a su madre que no era humano, el hijo del
Diablo había sido. Luego se ha escapado el niño Jorgito hasta las minas de las
montañas para hacer venganza de las burlas, viviendo hasta el día de hoy en las
tinieblas de los socabones de Aullagas"
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