Guillermo II (Wilhelm II en alemán), nombre completo:Friedrich Wilhelm Viktor Albrecht von Hohenzollern (Berlín, 27 de enero de 1859 – † 4 de junio de 1941) fue el último emperador alemán (Káiser) y el último rey de Prusia. Gobernó entre 1888 y 1918. Hijo primogénito de Federico III y de la princesa Victoria, Princesa Real del Reino Unido, fue proclamado emperador tras el breve reinado de su padre.
Primeros años
Guillermo (apodado Willy en familia) nació el 27 de enero de 1859 en Berlín. Era el hijo mayor de Príncipe Federico de Prusia y de su esposa, Victoria. Su abuelo paterno, Guillermo de Prusia era el hermano y heredero del rey Federico Guillermo IV de Prusia, que no tenía hijos. A su muerte en 1861 Guillermo heredó la corona prusiana y Federico, padre del futuro Guillermo II, se convirtió en príncipe heredero. La madre de Guillermo II era la hija mayor de la Reina Victoria y del Príncipe Alberto, así como la tía de la futura zarina de Rusia Alejandra Fiódorovna, esposa del último zar Nicolás II, y hermana de Eduardo VII del Reino Unido.
El parto fue difícil, y como consecuencia de ello el bebé nació con una deformidad en el brazo izquierdo, que los médicos de la corte berlinesa intentaron corregir en vano. Esta deformación consistía en una hipotrofia relativamente leve aunque visible. Guillermo la ocultaría celosamente durante toda su vida bajo uniformes militares y poses estudiadas de antemano, como se puede observar en varias fotografías de la época.
Personalidad
El parto fue difícil, y como consecuencia de ello el bebé nació con una deformidad en el brazo izquierdo, que los médicos de la corte berlinesa intentaron corregir en vano. Esta deformación consistía en una hipotrofia relativamente leve aunque visible. Guillermo la ocultaría celosamente durante toda su vida bajo uniformes militares y poses estudiadas de antemano, como se puede observar en varias fotografías de la época.
Personalidad
Guillermo II tenía una personalidad compleja, brutal para algunos, manipulador excesivo para otros, en suma una personalidad que algunos historiadores han tildado de megalómana extrema, poco tolerante y avasallante. No por ello menos inteligente y vivaz, y se ha afirmado que con el tiempo y la experiencia adquirió astucia política y militar.
Varios análisis recientes de documentos sobre su nacimiento, almacenados en los Archivos Imperiales alemanes, han sugerido que Guillermo II pudo también haber experimentado un trauma cerebral en su nacimiento. Los historiadores no han podido determinar si tal incapacidad mental pudo haber contribuido a su agresividad, testarudez y falta de tacto con las personas que lo rodeaban (notablemente su madre) y a la hora de afrontar problemas, lo cual era evidente tanto en su vida política y personal.
Tal enfoque ciertamente estropeó la política alemana bajo su liderazgo, ejemplificándose principalmente en eventos como el despido del cauteloso canciller Otto von Bismarck. El káiser tuvo una relación difícil con su madre, quien era fría y estricta con él, y se sentía en cierta manera culpable por la deformidad del brazo izquierdo de su hijo, tratando en muchas ocasiones de corregirla a través de un riguroso régimen de ejercicio y dolorosos sistemas médicos.
Resulta interesante que, dados sus orígenes ingleses, Victoria tratase de inculcar en su hijo un sentido de supremacía británica en muchos aspectos. Insistía en llamar a sus hijos por sus nombres en inglés: a Guillermo (Wilhelm) lo llamaba "William" y a su segundo hijo Enrique (Heinrich) le llamaba "Henry". Ciertamente, el futuro káiser sentía un profundo respeto por Gran Bretaña, por su abuela la reina y por los ingleses. Esto se dio desde las etapas más tempranas de su desarrollo.
Guillermo II fue educado en Kassel en el instituto de enseñanza Friedrichsgymnasium y en la Universidad de Bonn. Poseía una mente muy ágil, que era frecuentemente subyugada por su temperamento cascarrabias. Tenía cierto interés por la ciencia y la tecnología del periodo, pero gustaba de hacer notar a la gente que él era un hombre de mundo, perteneciente a un orden distinto de la raza humana, designada a la monarquía. Guillermo II fue acusado de megalomanía, en 1894, por el pacifista alemán Ludwig Quidde.
Como vástago de la casa real de Hohenzollern, Guillermo II estuvo expuesto, desde una edad temprana, a la sociedad militar de la aristocracia prusiana. No es necesario mencionar que esto fue un elemento importantísimo en su vida, ya que se puede notar con facilidad que en su madurez era raro verlo sin el uniforme militar. Esta cultura militar del periodo tuvo un gran papel al forjar el carácter político de Guillermo II, así como en sus relaciones personales.
Un indicio de su personalidad agresiva está en su deporte preferido: la caza mayor en la cual Guillermo II se jactaba de haber matado a más de 1000 ciervos.
La relación de Guillermo II con los demás miembros de su familia era tan interesante como la que tenía con su madre. Veía a su padre con un profundo amor y respeto. La posición de su padre como héroe de las guerras de unificación fue responsable de la actitud del joven Guillermo, ya que en las circunstancias en las que fue criado, el contacto emocional cercano entre padre e hijo no era muy alentado. Más tarde, cuando estuvo en contacto con los opositores políticos de su padre, Guillermo II adoptó sentimientos ambivalentes hacia su padre, dada la notable influencia de su madre sobre una figura que debió haber sido de independencia masculina y de fuerza.
Guillermo II también idolatraba a su abuelo, Guillermo I de Alemania, y posteriormente intentó implementar una cultura del primer emperador alemán como "Guillermo el Grande". Guillermo I murió en Berlín el 9 de marzo de 1888, y el padre del príncipe Guillermo fue proclamado emperador como Federico III de Alemania. Federico murió de cáncer de garganta, y el 15 de junio de ese mismo año, su hijo de 29 años lo sucedió como Emperador de Alemania y Rey de Prusia.
La Gran Guerra
Es difícil argumentar que Guillermo II buscase activamente desatar la Primera Guerra Mundial. A pesar de que tenía ambiciones para que el Imperio Alemán fuera una potencia mundial, nunca fue intención de Guillermo II conjurar un conflicto de gran escala para lograr tales fines. A pesar de saber que una guerra mundial era inminente, hizo grandes esfuerzos para preservar la paz, como su correspondencia con Nicolás II y su interpretación optimista del ultimátum austrohúngaro, de que las tropas de esa potencia no irían más lejos de Belgrado, limitando así el conflicto. Pero cuando ya era demasiado tarde, para los ansiosos oficiales militares y para la Oficina de Asuntos Exteriores de Alemania fue posible persuadir al káiser de que firmara la orden de movilización. La referencia británica contemporánea de la Primera Guerra Mundial de ser "la Guerra del Káiser", de la misma manera que la Segunda Guerra Mundial fue llamada "la Guerra de Hitler", es vista actualmente como infundada (y hasta cierto punto injusta) al sugerir que Guillermo II fuera personalmente culpable de desatar el conflicto. Se dice que al firmar la orden de movilización, Guillermo II exclamó: "Se arrepentirán de esto, caballeros."
La sombra del káiser
La sombra del káiser
El papel de árbitro en los asuntos de política exterior en tiempos de guerra probó ser una carga demasiado pesada para Guillermo II. A medida que la guerra progresaba, su influencia decaía e, inevitablemente, su falta de habilidad en materia militar lo condujo a una progresiva dependencia de sus generales, tanto que después de 1916, el Imperio se había convertido en una dictadura militar bajo el control de Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff. Alejado de la realidad y del proceso político de toma de decisiones, Guillermo II vacilaba entre el derrotismo y los sueños de victoria, dependiendo de la fortuna de "sus" ejércitos. Continuó siendo una útil figura, viajaba por las líneas del frente, repartía medallas y daba alentadores discursos.
No obstante, Guillermo II seguía teniendo la máxima autoridad en materia de designaciones políticas, y sólo con su consentimiento se podían hacer cambios importantes en el Alto Mando. Guillermo II estaba a favor del despido de Helmut von Moltke en 1915 y de reemplazarlo por Erich von Falkenhayn. Similarmente, Guillermo II fue instrumento de la política de inactividad adoptada por la Flota de Alta Mar alemana luego de la batalla de Jutlandia en 1916. De la misma forma, en gran medida se debe a su sentido de sufrimiento que Guillermo II haya tratado de tomar un papel predominante en la crisis de 1918. Se dio cuenta de la necesidad de un armisticio y no consideraba que Alemania debería desangrarse por una causa perdida.
Abdicación y huida
No obstante, Guillermo II seguía teniendo la máxima autoridad en materia de designaciones políticas, y sólo con su consentimiento se podían hacer cambios importantes en el Alto Mando. Guillermo II estaba a favor del despido de Helmut von Moltke en 1915 y de reemplazarlo por Erich von Falkenhayn. Similarmente, Guillermo II fue instrumento de la política de inactividad adoptada por la Flota de Alta Mar alemana luego de la batalla de Jutlandia en 1916. De la misma forma, en gran medida se debe a su sentido de sufrimiento que Guillermo II haya tratado de tomar un papel predominante en la crisis de 1918. Se dio cuenta de la necesidad de un armisticio y no consideraba que Alemania debería desangrarse por una causa perdida.
Abdicación y huida
Guillermo II se encontraba en el cuartel general del Ejército Imperial en Spa (Bélgica) a finales de 1918. El "motín de Wilhelmshaven", surgido en la Kaiserliche Marine (marina imperial alemana) lo conmocionó profundamente. Luego del estallido de la Revolución Alemana, Guillermo II no podía decidirse si abdicar o no. Hasta ese punto, confiaba que incluso si era obligado a abandonar el trono alemán, aún tendría el control sobre el reino de Prusia, manteniendo su título. La irrealidad de esto fue revelada cuando, con el fin de preservar alguna forma de gobierno en tiempos de anarquía, la abdicación de Guillermo II como Emperador de Alemania y como rey de Prusia fue anunciada por el Canciller, el príncipe Max von Baden, el 9 de noviembre de 1918. De hecho, el mismo von Baden fue obligado a renunciar más tarde ese mismo día, cuando quedó claro que sólo Friedrich Ebert, líder del SPD, podría ejercer un control efectivo.
Guillermo II aceptó la abdicación sólo después de que Ludendorff fuera reemplazado por el general Wilhelm Groener. Éste último le informó que el ejército se retiraría bajo las órdenes de Hindenburg, pero que no lucharía para ayudar a Guillermo II a recuperar el trono. La monarquía había perdido a su último y más fuerte apoyo, y finalmente el mismo Hindenburg (que estaba a favor de la monarquía) fue obligado (con cierta vergüenza) a aconsejar al Emperador que presentara su abdicación.
Al día siguiente, el ex-emperador Guillermo II cruzó la frontera alemana en tren para su exilio en los Países Bajos, que se había mantenido neutral durante la guerra. Tras la conclusión del Tratado de Versalles en 1919, el artículo 227 del mismo estipulaba la persecución legal contra Guillermo II "por haber cometido una ofensa suprema en contra de la moralidad internacional y la santidad de los tratados", pero la Reina Guillermina rehusó a extraditarlo, a pesar de las apelaciones por parte de los Aliados. El emperador se asentó en Amerongen, y luego se le otorgó un pequeño castillo en la municipalidad de Doorn, el cual fue su hogar por el resto de su vida.
Vida en el exilio
En 1922, Guillermo II publicó el primer volumen de sus memorias, un pequeño volumen que, sin embargo, reveló la extraordinaria memoria de Guillermo II. En ellas afirmaba Guillermo II que él no era el culpable de haber desatado la Gran Guerra y defendía su conducta a lo largo de su reinado, especialmente en materias de política exterior. Durante los 20 años restantes de su vida, el envejecido emperador regularmente entretenía a sus huéspedes y se mantenía informado de los acontecimientos mundiales. Gran parte de su vida en el exilio la pasó cortando madera (un pasatiempo que descubrió desde que llegó a los Países Bajos). Parece que su actitud hacia Gran Bretaña y los ingleses finalmente se unió en este período en un deseo tibio de emular las costumbres inglesas. Se dice que lo primero que Guillermo II pidió, luego de llegar a los Países Bajos, fue "una buena taza de té británico". No siendo capaz de volver a llamar a su barbero de la corte, y en parte debido a su deseo de disfrazar sus características físicas, Guillermo II se dejó crecer una barba completa, permitiendo así que su famoso bigote se inclinara hacia abajo.
A principios de la década de 1930, el ex emperador aparentemente esperaba que la victoria del Partido nazi estimularía el interés en Alemania por el resurgimiento de la monarquía. Su segunda esposa, Hermine, pidió activamente al gobierno nazi beneficios para su esposo, pero el desprecio de Adolf Hitler por el hombre responsable de la peor derrota militar de Alemania hasta entonces, y sus propios deseos de poder absoluto, impidieron que el Tercer Reich aceptase cualquier idea de restablecimiento de la monarquía. Si bien había oficiales antiguos en la Wehrmacht que no desaprobaban la idea de restablecer una monarquía (con Guillermo II o alguno de sus descendientes), gran parte de los jerarcas nazis y de sus propias masas de simpatizantes rechazaba de plano el retorno de los Hohenzollern al poder, por lo cual Hitler pronto descartó semejante idea.
A pesar de haber recibido a Hermann Göring en Doorn al menos en una ocasión, Guillermo II desconfiaba de las intenciones de Hitler, aunque admiraba enormemente el éxito que éste había logrado en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, e incluso envió al Führer un telegrama de felicitaciones después de la caída de París en 1940. También había asegurado en septiembre de 1939 a Hitler el apoyo leal de los miembros de la antigua Casa de Hohenzollern (entre ellos seis nietos del ex emperador) que eran oficiales de la Wehrmacht. Sin embargo, tras la invasión nazi de los Países Bajos en mayo de ese mismo año, el anciano Guillermo II se retiró completamente de la vida pública. No obstante la ocupación alemana en suelo holandés, los líderes nazis tampoco realizaron entonces ningún acercamiento oficial al antiguo káiser. Tiempo después de la ocupación, la admiración que tenía por el dictador alemán pronto se extinguió al enterarse de las persecuciones de judíos ocurridas tanto en las zonas ocupadas como en el territorio alemán. Se dice que el propio Guillermo llegó a decir: "Por primera vez, estoy avergonzado de ser alemán".
Guillermo II murió de embolia pulmonar en Doorn (Países Bajos) el 4 de junio de 1941, con soldados alemanes custodiando las puertas de su residencia al enterarse del fallecimiento del ex emperador. No obstante, se dice[cita requerida] que Hitler se disgustó de que Guillermo II tuviera una guardia de honor de tropas del III Reich, y al enterarse pensó seriamente en destituir y degradar al general de las fuerzas de ocupación que ordenó tal homenaje. Guillermo II fue sepultado en un mausoleo en las tierras de Huis Doorn, que desde entonces se han convertido en un lugar de peregrinaje de los monárquicos alemanes.
Se respetaron los deseos de Guillermo II, de que sus restos nunca fueran devueltos a Alemania hasta que se restaurase la monarquía, y las autoridades nazis de ocupación permitieron que se realizara un pequeño funeral de tipo estrictamente militar, en tanto dicho evento no implicase que el Tercer Reich apoyaba la monarquía. Aún así no se respetó la petición de Guillermo II, de que la esvástica y otros símbolos nazis no se desplegaran en sus funerales.
A principios de la década de 1930, el ex emperador aparentemente esperaba que la victoria del Partido nazi estimularía el interés en Alemania por el resurgimiento de la monarquía. Su segunda esposa, Hermine, pidió activamente al gobierno nazi beneficios para su esposo, pero el desprecio de Adolf Hitler por el hombre responsable de la peor derrota militar de Alemania hasta entonces, y sus propios deseos de poder absoluto, impidieron que el Tercer Reich aceptase cualquier idea de restablecimiento de la monarquía. Si bien había oficiales antiguos en la Wehrmacht que no desaprobaban la idea de restablecer una monarquía (con Guillermo II o alguno de sus descendientes), gran parte de los jerarcas nazis y de sus propias masas de simpatizantes rechazaba de plano el retorno de los Hohenzollern al poder, por lo cual Hitler pronto descartó semejante idea.
A pesar de haber recibido a Hermann Göring en Doorn al menos en una ocasión, Guillermo II desconfiaba de las intenciones de Hitler, aunque admiraba enormemente el éxito que éste había logrado en los primeros meses de la Segunda Guerra Mundial, e incluso envió al Führer un telegrama de felicitaciones después de la caída de París en 1940. También había asegurado en septiembre de 1939 a Hitler el apoyo leal de los miembros de la antigua Casa de Hohenzollern (entre ellos seis nietos del ex emperador) que eran oficiales de la Wehrmacht. Sin embargo, tras la invasión nazi de los Países Bajos en mayo de ese mismo año, el anciano Guillermo II se retiró completamente de la vida pública. No obstante la ocupación alemana en suelo holandés, los líderes nazis tampoco realizaron entonces ningún acercamiento oficial al antiguo káiser. Tiempo después de la ocupación, la admiración que tenía por el dictador alemán pronto se extinguió al enterarse de las persecuciones de judíos ocurridas tanto en las zonas ocupadas como en el territorio alemán. Se dice que el propio Guillermo llegó a decir: "Por primera vez, estoy avergonzado de ser alemán".
Guillermo II murió de embolia pulmonar en Doorn (Países Bajos) el 4 de junio de 1941, con soldados alemanes custodiando las puertas de su residencia al enterarse del fallecimiento del ex emperador. No obstante, se dice[cita requerida] que Hitler se disgustó de que Guillermo II tuviera una guardia de honor de tropas del III Reich, y al enterarse pensó seriamente en destituir y degradar al general de las fuerzas de ocupación que ordenó tal homenaje. Guillermo II fue sepultado en un mausoleo en las tierras de Huis Doorn, que desde entonces se han convertido en un lugar de peregrinaje de los monárquicos alemanes.
Se respetaron los deseos de Guillermo II, de que sus restos nunca fueran devueltos a Alemania hasta que se restaurase la monarquía, y las autoridades nazis de ocupación permitieron que se realizara un pequeño funeral de tipo estrictamente militar, en tanto dicho evento no implicase que el Tercer Reich apoyaba la monarquía. Aún así no se respetó la petición de Guillermo II, de que la esvástica y otros símbolos nazis no se desplegaran en sus funerales.
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