“Ya no aguanto más”. Esta es la frase que, en la noche del
martes 08 de marzo, habría dicho el ciudadano colombiano Edwin Vásquez Ortiz (25) a los efectivos de
la Brigada de Homicidios (BH) de la PDI, que llegaron a entrevistarlo a su
departamento en calle Huérfanos, en Santiago.
Los detectives, así, cerraban la investigación del
descuartizamiento de una joven mujer, cuyos restos fueron encontrados en la
ribera del río Mapocho.
Al poco dialogar, primero ante los policías y luego ante el
fiscal Centro Norte, Ricardo Peña, Vásquez reconoció -según el Ministerio
Público- ser el autor del crimen y que la víctima era Juliana Andrea Acevedo,
de 21 años, quien era su pareja y también de origen colombiano.
El homicidio en sí ocurrió a las 17.00 del sábado 05 de
marzo en el departamento que compartía la pareja. Pero este desenlace se venía
gestando meses antes.
Vásquez y Acevedo llegaron a Chile desde Colombia a fines de
noviembre del año pasado, en busca de mejores horizontes económicos. Primero
vivieron en un cité de calle San Pablo y luego, cuando ambos consiguieron
trabajo en restaurantes del sector oriente de Santiago -él en el centro
comercial Costanera Center y ella en el mall Alto Las Condes- se fueron a vivir
solos.
Bajo esta aparente felicidad subyacía un problema: la
supuesta celopatía de Vásquez. Para el fiscal, este sería el móvil del crimen.
La suposición del persecutor se basa en una serie de antecedentes, como que
testigos declararon que Vásquez se instalaba en las afueras del último trabajo
de Juliana, en una galería de Santiago centro, con un sólo propósito: espiarla.
Además, la víctima entregaba su teléfono celular a una vecina antes de ingresar
al departamento, para evitar problemas con su pareja.
Esta tensión llegó a su punto cúlmine el sábado, cuando en
el marco de una discusión se inició la agresión que terminó con el posible
parricidio.
Los antecedentes que se expondrán a continuación
corresponden a los detalles que conocen los policías y fiscales, quienes
obtuvieron esta información de la propia declaración del imputado.
Durante la discusión, Vásquez comenzó a estrangular a
Juliana, cada vez más fuerte hasta que ésta dejó de moverse. Luego, le pegó
tres golpes en la tráquea.
El cuerpo sin vida de la joven quedó en el departamento de
un ambiente, mientras el sospechoso salió a dar una vuelta. Regresó entrada la
tarde y llevó el cadáver hasta la tina del baño, donde la desmembró. Usó
torniquetes, como cordones y poleras, para frenar la hemorragia de las
extremidades. Con este mismo propósito, también les echó agua caliente con sal.
Cerca de las 23.00 de esa noche escondió el torso y la
cabeza en una maleta. Tomó esta valija e hizo parar un taxi, que lo llevó hasta
el puente Cal y Canto. Ahí lanzó el bulto al río Mapocho. Volvió al
departamento, durmió, y a la mañana siguiente puso las extremidades en bolsas
de supermercado. Tomó un nuevo taxi hasta el mismo puente y repitió la acción.
Tres horas después se encontrarían los primeros restos de la mujer y se daría
inicio a la investigación formal.
En las primeras horas no hubo resultados positivos para dar
con la identidad de la víctima, pues sus huellas dactilares no estaban en los
registros nacionales. Eso dio la primera pista que podría tratarse de una
extranjera. Por esto, la PDI acudió a la ciudadanía y publicó fotografías del
tatuaje y de la pintura de uñas de la joven.
En la tarde del martes, una estilista colombiana se contactó
con la policía y reconoció el diseño estampado en las uñas. Ella lo había hecho
a una joven de su mismo país y que trabajaba cerca de su local.
Los detectives, acto seguido, acudieron a este lugar.
Hablaron con el dueño y, efectivamente, desde el sábado que Juliana no se
presentaba a trabajar. Le exhibieron una fotografía de la cara de los restos y
reconoció que se trataba de ella. Ahí los policías requisaron el contrato de
trabajo y acudieron al departamento de calle Huérfanos. Mientras hablaban con
el conserje, quien le dijo que la mujer vivía con Vásquez, el imputado llegó.
Poco después, según la Fiscalía Centro Norte, reconocería los hechos.
El sospechoso fue formalizado por el delito de parricidio.
Ahí, el fiscal Ricardo Peña reveló los detalles que aún falta por esclarecer.
Primero, que Vásquez declaró tener conocimiento de anatomía humana porque su
padre trabajaba en una funeraria y lo había escuchado hablar de las técnicas
para vencer el rigor mortis, a través de cortes, para meter los cadáveres en
los féretros.
Además, dijo que en Colombia pertenecía a la policía rural.
Esta figura, al menos en lo formal, no existe en ese país, por lo que se
oficiará para que dicha nación entregue antecedentes de las actividades de
Vásquez. El fiscal dijo que pedirá aclarar “si el imputado pertenecía a algún
grupo paramilitar”, por la particular expertiz que demostró.
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