El boliviano no se enamora, se encamota. La camotera (el
camotismo, el camotaje, el camotazgo, como prefieran llamarle), no es sino el
amor en su estado descomunal. El camote boliviano, no ve, no escucha, no
entiende. Sumido en la contemplación total del objeto amado, el camote
boliviano camina por el mundo y sin embargo, no está en este mundo. La gente
mira pasar al camote y lo ve con una mezcla de ternura, miedo y desprecio,
porque saben que alguna vez, como bolivianos, también deberán enfrentar la misma
condición. Estar camote, sin embargo, puede ser una condición pasajera y
disfrutable. Es pues lindo estar camote. Mientras estás camote estás en diálogo
directo con Dios. Eres un iluminado, el filósofo esencial de las estrellas. En
Bolivia, apreciado visitante, los camotes son parte del paisaje y están libres
por todas partes. Puedes verlos posados en los árboles, en los cables de alta
tensión, en los teleféricos o, sin más, en las calles. Si te los encuentras, no
los asustes, no les preguntes estupideces, no soportan las cámaras y otras
frivolidades tan habituales y tan por debajo del verdadero amor.
Ejale! El amor, la cura de todos los males
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