Se llamaba locomóvil a las máquinas de vapor que estaban
diseñadas para rodar sin necesidad de rieles, por caminos y carreteras. Estaban
dotadas de ruedas de tractor y poleas conectadas al motor de vapor para el
movimiento de maquinaria mediante correas de transmisión.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX eran
empleadas para encarrilar los vagones que se salían de las vías en accidentes,
arrastre de maquinaria pesada, en los trabajos de instalación de los rieles,
para el movimiento de bombas de achique, maquinaria industrial, y especialmente
como fuerza motriz para máquinas agrícolas como las trilladoras.
Locomóviles en España
Ya en 1855, el prolífico inventor valenciano Valentín
Silvestre había probado su locomóvil en Madrid. En muchas de sus patentes se
ofrecen detalles sobre cómo construir “locomotoras para caminos”, tal y como se
las conocía, con sus cuatro ruedas, su caldera, y los sistemas de transmisión.
A partir de ese exitoso desarrollo, otros ingenieros españoles intentaron
llevar a la realidad sus propias ideas. De entre todos ellos, cabe destacar al
ingeniero de Valladolid, Pedro Ribera, quien en el año 1860 modificó un
locomóvil, importado de Inglaterra, al que llamó Castilla, destinado a servir
de vehículo de pruebas para comprobar si ese tipo de máquinas podrían llegar a
servir para el transporte de carga y de viajeros. Su máquina era de pesado
metal, con cuatro ruedas macizas, una caldera corriente y la escasa potencia de
diez caballos de vapor, alimentado por unos cincuenta kilos de carbón a la hora
y con velocidad máxima cercana a los quince kilómetros por hora.
Pedro Ribera, con su máquina adaptada realizó un viaje
épico, junto con otras tres personas, el 30 de octubre de 1860, un recorrido de
más de doscientos cincuenta kilómetros, saliendo de Valladolid, hasta Madrid.
Tardaron en llegar a su destino veinte días, siendo uno de los primeros
aparatos de este tipo usado para transporte de personas.
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