martes, 13 de noviembre de 2012

Reformas Borbonicas




Las reformas borbónicas son un conjunto de cambios o medidas de orden político, administrativo, económico y, en menor medida, sociales y culturales, instalados por los Borbones durante el siglo XVIII en territorios españoles y americanos, cuyo objetivo fue la centralización del poder y la búsqueda del progreso material.

Los Borbones son la dinastía o casa reinante francesa del siglo XVIII. Llegan a España en medio de la denominada “Guerra de Sucesión”, que duró casi catorce años. Los Borbones son una casa reinante moderna, y se adscriben a una variante del absolutismo: El Despotismo Ilustrado.

Es una doctrina política, dada durante el siglo XVIII en Europa, y basada en el absolutismo, que busca centralizar el poder. Sin embargo, tiene una diferencia fundamental con el absolutismo: el despotismo justifica su poder a través de la Razón Ilustrada. La razón, y la búsqueda del progreso, sería el elemento que permite fundamentar la excesiva concentración del poder en manos de un monarca. El monarca déspota adapta los planteamientos ilustrados a su absolutismo; su lema más famoso es “todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. En España, el Despotismo adquiere una variante, la razón ilustrada se mezcla con la razón divina.

En el año 1700 muere el último de los Austrias (Habsburgos) que gobernaba en España, Carlos II. Éste, al no tener heredero directo, le deja el trono a su sobrino nieto Felipe Duque de Anjou, nieto de Luis XIV, rey de Francia. La llegada al trono español del Duque de Anjou, ahora Felipe V, suponía un serio riesgo para el equilibrio de Europa, ya que serían dos grandes potencias unidas por una casa reinante. Peor aún, el mismo año en que Felipe V asume el poder (1700), su abuelo Luis XIV lo decreta como heredero directo al trono de Francia. Ante el peligro de que un solo monarca se hiciese cargo de un vasto territorio que incluía el control de Europa Occidental- atlántica y Ultramarina (colonias españolas y las Filipinas), las potencias europeas se unen en contra de Felipe V y de Francia; Inglaterra, Austria, Prusia, Portugal y las provincias españolas de Cataluña y Aragón inician una avanzada, en un conflicto que duró hasta el año 1714, año en que se firma la Paz de Utrecht. A través de este pacto, Felipe V fue reconocido como heredero y rey legítimo de España, debiendo renunciar a cualquier pretensión al trono francés. Además, España debió renunciar a posesiones territoriales en el continente europeo y le otorgó una concesión comercial a la compañía inglesa de trata de negros, teniendo ésta el monopolio de esclavos en Centroamérica por cerca de un siglo.

 Regidos por el despotismo ilustrado, los monarcas españoles inician una serie de reformas tendientes a mejorar y potenciar el alicaído sistema político y comercial de las colonias. Durante el gobierno de los Austrias, el absolutismo había tenido un retroceso, y debido a la distancia geográfica y al surgimiento de intereses locales, las lealtades políticas de las más altas autoridades habían decaído, haciendo peligrar el centralismo absolutista. Los Borbones se propusieron remediar este “vacío de poder” instalando una administración más eficaz y centralizadora. Primero, optaron por dividir a América en cuatro virreinatos: los preexistentes (Perú y México) y dos nuevos: Nueva Granada en 1739 (actual Colombia, Ecuador y Venezuela) y Río de la Plata (actual Argentina, Uruguay y parte de Paraguay) en 1776. Además, se crean las Intendencias que son instituciones coloniales encargadas de la administración de una jurisdicción (o intendencia) y que concentran poderes políticos, judiciales y militares, reflejo de la centralización política de los Borbones. Las intendencias estuvieron circunscritas a una gobernación o virreinato, pero en muchas oportunidades gozaron de más autoridad que las últimas, debido a su rápida operatividad y el alto número de atribuciones con que contaban. En Chile, se crea la Intendencia de Santiago y de Concepción.

En materia económica, los Borbones, cerrados fisiócratas (escuela de pensamiento que concibe el enriquecimiento sin medir moral o consecuencias, asumiendo la economía agrícola como base del crecimiento productivo y comercial) estuvieron encaminados hacia la promoción del comercio libre y la producción en las colonias, sin dejar de lado el concepto de que todos los beneficios iban a la Corona. Los Decretos de Libre Comercio de 1778 y el aumento del tráfico intercolonial por la mejora de vías, caminos y rutas de acceso, son ejemplos de esta política.

Ligado a este aspecto, la política fiscal estuvo encaminada a aumentar los ingresos de la corona, a través de la dinamización de la producción minera, el aumento de los impuestos y la creación de estancos (monopolio del comercio, producción, exportación, etc. De un determinado producto, en manos del Estado o “arrendado” a particulares a cambio del pago de un tributo o derecho de arrendamiento).

Las reformas también incluyeron un plan de mejora y de urbanización del territorio. Durante el siglo XVIII se experimentó un auge de fundaciones de nuevos centros urbanos. En Chile, se comenzó a poblar el norte chico y sectores aledaños a la ciudad de Santiago, debido a la explotación de yacimientos cupríferos (cobre); este auge se hizo extensivo también a la zona sur, pero siempre circunscrito a lo que es la zona central de Chile. Se establece durante el periodo una nueva frontera de habitación: al norte, la ciudad de Copiapó, y al sur la frontera del Bío- Bío. ¿Qué explicaría este auge?. Fundamentalmente, la consolidación de la zona conquistada (la amenaza araucana ya no era similar a la del siglo XVI); la extensión de las Haciendas; el crecimiento demográfico y la necesidad de control y de administración efectiva de todo el territorio. Santiago experimenta un embellecimiento y una funcionalidad nunca antes vista; numerosas construcciones cívicas se alzan durante el periodo: El Tribunal del Consulado, la Catedral, La Casa de Moneda, los Tajamares del Mapocho, el puente Cal y Canto, etc. Aún más, se mejora la infraestructura vial, habilitando caminos como el de Santiago- Valparaíso (obra que finaliza durante la Patria Nueva) y el camino que une Mendoza con la zona Central de Chile. La infraestructura vial tendría como objetivo aumentar la comunicación del territorio, quitándole el carácter de aislamiento y lejanía y facilitando el contacto comercial.

Culturalmente, los borbones, basándose en las concepciones ilustradas, instalan una serie de reformas tendientes a aumentar el nivel cultural de las colonias. Sin embargo, estas reformas eran restringidas. Por una parte, se crearon en Chile dos instituciones educativas sumamente importantes: La Real Universidad de San Felipe, encargada de la enseñanza de cátedras teóricas como Derecho, Teología, Filosofía y Gramática y que incluyó la Cátedra de Medicina (anteriormente no se enseñaba en las instituciones religiosas); y la Academia de San Luis, la cual se encargó de la enseñanza de oficios para potenciar la economía, la producción y el comercio. Pero por otra, la corona controló directamente el nivel cultural al que se podía aspirar, restringiendo, por ejemplo, libros, cátedras y contenidos considerados por ella “subversivos o peligrosos para su absolutismo”.

Son tres los elementos del reformismo borbón los que tienen mayores consecuencias o repercusiones.

1.      La expulsión de la Compañía de Jesús (1767): Durante la colonia, la orden religiosa más importante fue la jesuita. Ella fue considerada durante mucho tiempo, y sobre todo durante el reinado de la casa Austria, como aliados de la política imperial. Fueron agentes importantes de la colonización, a través de la evangelización; agentes culturales, a través de la enseñanza; agentes de expansión, a través de la extensión de las fronteras con la pacificación de la Araucanía (misiones); agentes económicos, ya que las Haciendas y obrajes que estaban bajo su administración eran los más productivos del territorio; y agentes moralizadores de la sociedad. Gran parte de la sociedad criolla consideraba que era una de las instituciones más respetables y gozaron por esto de un importante prestigio, muchas veces sobrepasando a otras órdenes religiosas. Sin embargo, con la llegada de los borbones, la alianza política se disolvió. Ello fue porque los jesuitas se opusieron tenazmente al despotismo ilustrado; La compañía de Jesús enseñó durante mucho tiempo en sus instituciones educacionales una corriente política de antigua data, la cual era la TEODEMOCRACIA (el poder emana de Dios, y éste, en un correcto y divino gobierno de todos sus súbditos, delega el poder al pueblo, el cual a su vez delega el poder al rey, quien en una correcta interpretación de la voluntad divina, gobierna en paz y en la búsqueda del reino celestial. Si un rey o gobernante no cumple con el mandato divino, si no gobierna bajo los principios de Dios y no le entrega justicia y felicidad a sus súbditos, puede ser depuesto, y el poder volvería al pueblo, quien estaría facultado para re- delegar el poder y la soberanía). En cambio los borbones proponían e instalaron una política opuesta; el Despotismo español plantea que el poder emana de Dios y se lo entrega directamente al rey, quien en una justa interpretación de la voluntad divina, gobierna al pueblo. Si bien ambos postulados son parecidos, existe un elemento que los convierte en oposición: la existencia, en la Teodemocracia, del pueblo como intermediario del poder y la majestad divina. La enseñanza de la Teodemocracia fue considerada como un atentado directo contra la autoridad real, y durante la década de 1760 se decretó la expulsión de esta orden de todo el territorio español, y en 1767, del territorio americano. Los efectos de la expulsión fueron múltiples; por una parte, produjo un desajuste de la economía, ya que eliminó a uno de los mayores y mejores agentes productivos; pero por otra, favoreció a los más notables criollos, quienes pudieron arrendar o comprar a un bajo precio los terrenos de sus haciendas. Pero su efecto más importante fue que puso por primera vez en jaque la lealtad hacia el rey, ya que la medida contó con la más tenaz desaprobación de todos los criollos y habitantes de las colonias en América, desaprobación que caló en las conciencias y se instaló en la memoria colectiva como un símbolo de autoritarismo real. Sin embargo, y pese a la molestia, los criollos no reaccionaron de forma activa o directa contra la corona.

2.      El Libre Comercio: el libre comercio fue un proceso que se inició con la eliminación del Sistema de Flotas y Galeones, el cual fue considerado ineficiente e ineficaz. En su reemplazo se instaló el Sistema de Navíos de Registro, el cual contempló la participación en el comercio entre España y las colonias de particulares de la península, previa autorización de representantes reales. Luego se decretó la apertura de todos los puertos de España para el comercio con “las Indias”; y más tardíamente, la apertura de puertos americanos para el comercio directo con España (en Chile, por ejemplo, se abrió el puerto de Valparaíso y Concepción) y la habilitación de rutas directas, como la del Cabo de Hornos (Chile y Perú) y del Atlántico (Virreinato de Río de la Plata). El decreto de Libre Comercio de 1778 fue sólo la culminación de este proceso, que estableció de forma definitiva el nuevo sistema, incluyendo además el comercio regulado con potencias extranjeras “amigas” (Inglaterra, por ejemplo, a raíz de la Paz de Ultrecht). El objetivo de la liberalización del comercio era activar tanto la producción de las colonias como el debilitado sistema tributario: a mayor comercio, mayores impuestos (recuerda que la Alcabala era un impuesto cobrado por cada transacción económica y el Almojarifazgo era un impuesto de aduana), siempre favoreciendo a la corona. PERO generó una saturación del mercado interno por la llegada de numerosas importaciones desde España, saturación que afectó los precios (las cosas llegaban más baratas) y que imposibilitó a los productores coloniales de competir en igualdad de condiciones con los mercaderes peninsulares. Esto condujo a una serie de quiebras de los americanos, y a una molestia de los criollos, pues notaron que la corona no se preocupó de proteger el mercado interno, y sí protegía los intereses de los comerciantes peninsulares. La pugna aumentó más cuando, con la instalación del estanco, se establecía un sistema de monopolio de bienes de difícil acceso, encareciéndolos aún más y entregando su arriendo, en mayoría, a comerciantes peninsulares. El enojo de los criollos radicaba en su incompetencia e imposibilidad de proteger su mercado, participar activamente en su mercado y de regular su mercado.

3.      La centralización administrativa: la creación de nuevas instituciones, y el recambio de la casa gobernante, significó para los criollos una esperanza de que al fin podrían participar activa y directamente en el gobierno. Sin embargo, los nuevos cargos sólo recayeron en manos de peninsulares, como forma de centralizar el poder y asegurar la lealtad incondicional a la corona española, desvaneciendo toda opción del grupo interesado en tener definitivamente el poder. Surge así una pugna de poder entre criollos y peninsulares.

El grupo social de los criollos fue parte de la aristocracia colonial por pertenecer al grupo racial de los “blancos”. Durante el siglo XVII consolida su posición dominante a través de dos elementos fundamentales:
·         Tiene el poder social: su prestigio y poder nace de tres elementos que les ayudaron a perpetuarse como grupo social dominante:

1.      Alianzas sociales: durante el siglo XVII generan una estrategia de cooptación, o sea, la búsqueda de aceptación de su entorno, a través del matrimonio con un apellido noble, de una sociedad comercial, etc. Esto significó que la aristocracia criolla poco a poco se fuese fusionando con la aristocracia peninsular, transformándose en un grupo muy reducido. Por mencionar un ejemplo, hacia 1800, no más de 200 familias eran consideradas aristocráticas.

2.      Títulos nobiliarios: a través de la obtención de títulos de nobleza los criollos  aseguraron su prestigio y su alcurnia, la que muchas veces no tenían por nacimiento. La obtención de estos títulos era, en su mayoría, indigna, ya que los compraban.

3.      Mayorazgo: el mayorazgo es una institución colonial que consistió en la autorización de dejar en herencia todas las posesiones territoriales e inclusive las nobiliarias en el hijo mayor o en un único heredero. Esta institución permitió que el poder social o la “alcurnia” no se perdiera en el tiempo con la muerte del padre.
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Tiene el poder económico: los criollos, lejos de la administración colonial, tuvieron que conformarse con el control de las unidades productivas más importantes: las Haciendas y los yacimientos mineros. Llegado el siglo XVIII fueron sumando otras actividades como el comercio. Todo esto dio paso a que, como grupo, concentraran la actividad económica del territorio.

Ambos elementos actúan en conjunto: el poder social les permitió controlar y perpetuar el poder económico (sobre todo por los mayorazgos); y el control del sistema productivo les proporcionaba aún más poder social.
Tanto el poder social como el económico les permitió gozar de un poder político informal. Pero las intenciones criollas llegaban más allá, queriendo tener el poder político formal y una participación activa que sobrepasara la frontera del Cabildo. La necesidad de los criollos de controlar la administración no se debe mal interpretar; ellos no querían instalar su propio gobierno autónomo del rey, sino que querían y aspiraban a proteger su mercado, rechazar efectivamente la excesiva carga tributaria y consolidarse como clase, instalando en la política imperial sus propios intereses, pero en el marco de un gobierno español.

Si bien el objetivo de las reformas fue “reconquistar América”, sus efectos fueron contrarios. Pues, con el tiempo, el malestar se dejó sentir en todo el continente.
             
La desprotección a que se vieron expuestos los productores americanos, sumado a la pugna de poder con los peninsulares, y el resquemor por la expulsión de los jesuitas despertaron una incipiente conciencia de clase en el grupo criollo, o lo que muchos historiadores llaman “protonacionalismo” (primera muestra de nacionalismo, que aún no está definida con rasgos claros que permitan hablar de un nacionalismo en estricto rigor) que se manifestó mayoritariamente en la necesidad creciente del grupo criollo de participar en el poder.

No necesariamente. Si bien existió malestar, este no fue lo suficientemente fuerte como para haber definido en los criollos una postura antirrealista (contra el rey). El malestar se mantuvo más oculto, en las penumbras, muchas veces escondido o disfrazado en la consigna “viva el rey y muera el mal gobierno”. A pesar de los efectos negativos de la política déspota, la lealtad hacia la corona no se vio mayormente afectada. Es más, los criollos pudieron adaptarse al despotismo borbón de la misma forma que lo hicieron con el absolutismo habsbugo. En suma, efectos limitados de un reformismo limitado.

Sí debemos considerar las reformas como un antecedente que posiblemente sirvió más tarde de justificativo a las numerosas exigencias y posturas de los revolucionarios americanos. Lo que no está en duda, es que el escenario del siglo XVIII preparó de una u otra forma la llegada del siglo XIX. Muy probablemente, los criollos chilenos del siglo XVIII nunca consideraron o nunca esperaron independizarse; su situación no estaba tan mal, tenían casi todo cuanto pudiesen desear, y el territorio gozaba de una tranquilidad y una pasividad envidiable por cualquier otra colonia americana. Pero fue la sucesión de acontecimientos de principios del siglo XIX la que precipitó la Independencia y de forma casi ciega, los criollos avanzaron por un camino que se había cimentado también en la oscuridad... Un pensador dijo alguna “Los Hombres hacen su historia, pero no la hacen arbitrariamente, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo circunstancias directamente dadas y heredadas del pasado” (Karl Marx, El 18 brumario de Luis Bonaparte).


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