Rey de España y Portugal (Valladolid, 1527 - El Escorial,
1598). Era hijo de Carlos I y de Isabel de Portugal.
Durante el reinado de su padre había asumido en varias ocasiones las funciones de gobierno -bajo la tutela de un Consejo de Regencia-, por ausencia del emperador, absorbido por los conflictos de los Países Bajos (1539) y Alemania (1543). En 1554 Carlos I abdicó en él Nápoles y Milán, al tiempo que la boda con María Tudor le convertía en rey consorte de Inglaterra; las abdicaciones del emperador se completaron con la entrega a Felipe de los Países Bajos, Sicilia (1555), Castilla y Aragón (1556). Austria y el Imperio fueron entregados al tío de Felipe, Fernando, quedando separadas las ramas alemana y española de la Casa de Habsburgo.
Durante el reinado de su padre había asumido en varias ocasiones las funciones de gobierno -bajo la tutela de un Consejo de Regencia-, por ausencia del emperador, absorbido por los conflictos de los Países Bajos (1539) y Alemania (1543). En 1554 Carlos I abdicó en él Nápoles y Milán, al tiempo que la boda con María Tudor le convertía en rey consorte de Inglaterra; las abdicaciones del emperador se completaron con la entrega a Felipe de los Países Bajos, Sicilia (1555), Castilla y Aragón (1556). Austria y el Imperio fueron entregados al tío de Felipe, Fernando, quedando separadas las ramas alemana y española de la Casa de Habsburgo.
Felipe II modernizó y reforzó la administración de la
Monarquía Hispana, apartándola de las tradiciones medievales y de las
aspiraciones de dominio universal que había representado la Monarquía Católica
de su padre. Los órganos de justicia y de gobierno sufrieron notables reformas,
al tiempo que la corte se hacía sedentaria (capitalidad de Madrid, 1560).
Desarrolló una burocracia centralizada, sobre la cual ejercía una supervisión
directa y personal de los asuntos.
Pero las cuestiones financieras le sobrepasaron, dado el
peso de los gastos militares sobre la maltrecha Hacienda Real; en consecuencia,
Felipe hubo de declarar a la Monarquía en bancarrota en tres ocasiones (1560,
1575 y 1596). Alrededor del rey se disputaban el poder dos «partidos»: el del
duque de Alba y el que encabezaron primero el príncipe de Éboli y más tarde
Antonio Pérez; las luchas entre ambas redes se exacerbaron a raíz del asesinato
del secretario Escobedo (1578), culminando con la detención de Pérez y el
confinamiento de Alba. Desde entonces hasta el final del reinado, dominó el
poder el cardenal Granvela, coincidiendo con la época en que, gravemente
enfermo el rey, se alejó de los asuntos de gobierno y delegó en Juntas de nueva
creación.
En política exterior, el reinado de Felipe II se inició con
la liberación de la Corona de las responsabilidades imperiales (1556), el
abandono del proyecto de unión con Inglaterra por la muerte de María Tudor
(1558) y las victorias militares de San Quintín (1557) y Gravelinas (1558), que
pacificaron temporalmente el recurrente conflicto con Francia (Paz de Cateâu
Cambrésis, 1559).
En consecuencia, Felipe II pudo orientar su política hacia
el Mediterráneo, encabezando la empresa de frenar el poderío islámico
representado por el Imperio Turco; esta empresa tenía tintes de cruzada
religiosa, pero también una lectura de política interior, pues Felipe hubo de
reprimir una rebelión de los moriscos de Granada (1568-71), musulmanes de sus
propios reinos que habían apelado al auxilio turco. Para conjurar el peligro
formó Felipe la Liga Santa, en la que se unieron a España Génova, Venecia y el
Papado. La resonante victoria que obtuvieron sobre los turcos en la batalla
naval de Lepanto (1571) quedó reafirmada en los años posteriores con las
expediciones al norte de África.
A finales de la década de 1570, distraída la atención de los
turcos por la presión persa en el este, disminuyó la tensión en el
Mediterráneo. Ello permitió a Felipe reorientar su política hacia el Atlántico,
para atender a la grave situación creada por la sublevación de los Países Bajos
contra el dominio español, alentada por los protestantes desde 1568; a pesar
del esfuerzo militar que dirigieron, sucesivamente, el duque de Alba,
Requeséns, don Juan de Austria y Alejandro Farnesio, las provincias del norte
de los Países Bajos se declararon independientes en 1581 y ya nunca serían
recuperadas por España.
La orientación atlántica de la Monarquía se acrecentó en
1581, al incorporar el reino de Portugal, aprovechando una crisis sucesoria en
la que Felipe II hizo valer sus derechos al Trono mediante la invasión del
país, que le convirtió en Felipe I de Portugal. En aquel momento alcanzó la
Monarquía su mayor expansión territorial, añadiendo a sus dominios europeos las
colonias españolas y portuguesas en América, África, Asia y Oceanía, hasta
constituir un imperio en el que «no se ponía el sol».
Aprovechando las guerras de religión, Felipe se permitió
también intervenir en 1584-90 en la disputa sucesoria francesa, apoyando al
bando católico frente a los protestantes de Enrique de Navarra (el futuro
Enrique IV), circunstancia que aprovechó para intentar sin éxito poner en el
Trono francés a su hija Isabel Clara Eugenia (nacida del tercer matrimonio de
Felipe, con la hija de Enrique II de Francia, Isabel de Valois).
La mayor presencia española en el Atlántico acrecentó la
tensión con Inglaterra, manifestada en el apoyo inglés a los rebeldes
protestantes de los Países Bajos, el apoyo español a los católicos ingleses y
las agresiones de los corsarios ingleses contra el imperio colonial español
(protagonizadas por Drake); todo ello condujo a Felipe a planear la invasión de
la isla por la Armada Invencible, empresa que fracasó estrepitosamente en 1588,
iniciando el declive del poderío español en Europa. Coincidió éste con la vejez
y enfermedad de Felipe II, cada vez más retirado en el palacio-monasterio de El
Escorial, que había hecho construir en 1563-84.
Al morir le sucedió Felipe III, hijo de su cuarto matrimonio
(con Ana de Austria); el primer heredero varón que tuvo (el incapaz príncipe
Carlos, hijo de su primer matrimonio con María Manuela de Portugal) había
muerto muy joven encerrado en el Alcázar de Madrid y, según la «leyenda negra»
que alentaban los enemigos de Felipe II, por instigación de su padre.
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